Por: Jefferson Sánchez Cifuentes

El Liceo Nacional Max Seidel de Tumaco, fundado hace 114 años por el pedagogo alemán Max Seidel, no es solo una institución educativa: es una metáfora viva de la inteligencia y la esperanza que germinan en la costa nariñense.

Desde sus albores, cuando el rumor del mar se mezclaba con las primeras lecciones, el Liceo se erigió como uno de los más ilustres centros educativos del suroccidente colombiano. Su prestigio se cimentó en la excelencia académica de sus estudiantes, la calidad de su formación humana y el brillo de sus triunfos deportivos, reflejo de una comunidad que entendía la educación como el arte de forjar el espíritu.

Los maestros de antaño —verdaderos arquitectos del alma— enseñaron que el conocimiento sin virtud es un barco sin timón, y que

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