Vestida con una armadura como si de Wonder Woman se tratara, así ha subido Katy Perr y al escenario del Movistar Arena de Madrid este martes. La cantante estadounidense ha brindado en la capital el último concierto de su The Lifetimes Tour en Europa. Un espectáculo difícil de definir, por la cantidad de estímulos, de acrobacias, de estética ochentera, de pirotecnia, de simulación de partidas de videojuego, de carreras, y hasta de pizza.
Un show dividido en cinco actos/pantallas, siendo Artificial la primera. En ella, sus bailarines han salido incluso acompañados de Game Boys en sus manos, dejando a la cantante el papel de protagonista y heroína a ritmo de Chained To The Rhythm, Tear Eyes y, la más laureada, Dark Horse. Su orquesta también la flanquea, a ambos lados del escenario, que se extiende por la pista del recinto con una pasarela en forma de ocho. “No tengáis miedo a los miedos que intentan mataros”, brama en uno de los interludios entre canción y canción, invitando a su vez a que el público entregue “cuerpo y alma” al por momentos surrealista recital que acaba de empezar.
Tras un cierre ‘robótico’ con ecos a Terminator , Perry muta en su segundo acto, Woman’s World , a un look ‘marino’ de un verde claro, zapatillas blancas y desatando con California Gilrs la euforia que faltaba por despertar entre los fans. Lástima que, una vez más, la artista opta por acortar precisamente sus temas más míticos, incluido Teenage Dream , en un acto cada vez más habitual –y a la vez más imperdonables –.

No se puede decir que la cantante no se lo pase bien sobre el escenario y que transmita muy buena vibra, pero entre carrera y carrera, hay momentos en los que su afinación se queda floja. El momento álgido del capítulo llega cuando Perry se sube a una estructura de metal que reina el centro de la pista, antes de recordar todo el tiempo que ha pasado desde que arrancara su carrera, y que ahora tiene 41 y está “¡fabulosa!”. Y con esta energía, pasa a Hot n Cold , que acaba mezclando con Last Friday Night, otro de sus temas más icónicos.
Tras un último disco más descafeinado, sin duda este bloque es celebrado porque constituye la banda sonora con la que la estadounidense logró dar el pelotazo mundial. Un repertorio que, a juzgar por la entrega del público pese a los recortes en los temas, sigue vibrando igual. La cantante recuerda que esta es su primera visita a Madrid, a la que concede la medalla a la ciudad más bonita de Europa, pero por la belleza de sus hombres y mujeres. También quiere saber dónde están los clubs gais a los que se puede salir un martes, para saber donde ir una vez acabe el show, y vuelve a animar la fiesta con un breve impasse por Peacock .
El culmen al acto lo pone I Kissed a Girl. “Besé a una chica y me encantó”, canta al tiempo que, dentro de la esfera metálica que antes copaba el centro de la pasarela, se eleva a unos cuatro metros de altura, con Perry rodeada de sus bailarines, sobrevolando la pista. “¡No necesitamos ir a ningún otro sitio, la fiesta está hoy aquí”, reclama mientras se eleva para, sujetada a un arnés, comenzar a hacer acrobacias como si de una mezcla entre gimnasta y bailarina de pole dance , añadiendo a su canción dosis de electrónica más acentuadas que la original.
Nirvana con forma de jardín
Pasados los primeros 45 minutos del concierto, resulta lejana la sensación de estar en una partida de árcade, o quizás no, y esta sea una pantalla más, ahora transformada en un Nirvana con forma de jardín en el que Katy Perry vuelve a bailar para dar rienda suelta a sus dotes como acróbata sobre el público. Su pasarela la copan dos especies de setas giratorias a las que también se sube para seguir cantando Crush, I’m His, He’s Mine y el clímax del capítulo, Wide Awake , de nuevo reconvertida en una versión más discotequera. Los visuales del fondo, mientras tanto, siguen mostrando a Perry moviéndose por su aprovechado escenario, manteniendo en el centro a una especie de avatar de ella misma, que entre observa y vigila lo que sucede.

Vuelve el videojuego, ahora dejando a la audiencia elegir su propia aventura, su propio viaje, en el tercer acto. En él, Perry surge del centro de la pista, con un look veraniego. La cantante juega a que los fans puedan elegir qué temas va a tocar, en una sección que, definitivamente, advierte que está dedicada a los seguidores “más reales”, otorgando el poder al ‘ordenador’ que acompaña a la banda. Este propone By The Grace Of God , pero es Unconditionally la que se lleva los mayores vítores, junto a The One That Got Away. La cantante aprovecha para reivindicar que, 83 conciertos de gira después, siendo este con el que se despide de Europa: “Dijeron que no lo iba a conseguir, pero aquí estoy”.
La artista da entonces gracias a Dios, sumándose a la corriente reciente de espiritualidad , en última instancia protagonizada por el último álbum de Rosalía , Lux , que antes promovieron otras artistas como Lady Gaga –que también le mencionó en sus conciertos en Barcelona hace dos semanas–, y que en España se ha visto refrendada por otros ejemplos como Siloé , Iñigo Quintero y la propia Rigoberta Bandini. Perry se pone seria para dar las gracias, en la primera balada del show que ilumina las gradas con luces de los móviles, y que le dejan lucir más su voz, más afinada sin tanta carrera, salto y vuelo por los aires.
Del momento íntimo, pasamos al más surrealista de la noche, con Perry subiendo al escenario a un sexteto de fans, a cada cual más peculiar. Uno de ellos relata que su abuelo acaba de fallecer, otro llama a un conocido en directo. Perry, mientras tanto, reparte pizza y, juntos, comparten The One That Got Away. La verdad es que es complicado entender por qué una de las canciones más emblemáticas y emotivas de la cantante, la firma con una puesta en escena que acaba resultando ridícula; por las pintas, por la narrativa, por la aleatoriedad. “Y guapa, y guapa, y guapa y guapa y guapa! ¡Y reina, y reina, y reina y reina y reina!”, braman entonces los fans, que acaban teniendo que traducirle qué significan ambas palabras. Evidentemente, queda satisfecha con entender que se le llamaba “beautiful” y “queen” .
El concierto sigue avanzando y, con él, la locura. El cuerpo de baile reaparece vestido de pies a cabeza de negro, escuchando al aparentemente villano del juego que les brama desde los visuales con una voz prácticamente de ultratumba. Perry reaparece para combatirles con una espada láser y un traje con pedrería y luces con los que pelea con las criaturas que tratan de apoderarse de su paralela. La cantante insiste en su discurso reivindicativo insistiendo en que “sabe quién es” y que espera que su legión de fans lo sientan igual a ritmo de un poderoso Part of Me .
La mariposa
Para cuando parecía que Perry no podía volver a superarse, la cantante se adentra en la recta final subida a bordo de una mariposa gigante con la que, de nuevo, sobrevuela el Movistar Arena. La estadounidense invita a disfrutar de la última oportunidad de bailar junto a ella durante su show. La fiesta está desatada, son las once de la noche, pero podrían ser las tres de la mañana de cualquier viernes –incluso alguna más tarde, o temprana, según se mire, digna de after en el fin de semana–.
Así que aún hay tiempo para Daisies , para LIFETIMES , para la mayúscula Firework. El mejor cierre a un concierto que, francamente, es imposible que deje indiferente. Una feria difícil de definir, un circo disfrutón, una auténtica fiesta.

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