He dedicado tiempo a escuchar a muchos padres de la actualidad, y la intención siempre es noble: «Yo le daré a mi hijo lo que nunca tuve». Lo repiten con una convicción que desarma, creyendo que la felicidad reside en la ausencia de esfuerzo o carencia. Pero al observar la escena cotidiana, noto la terrible trampa: el plato sucio en el lavaplatos. No es un drama, es un síntoma. Se nos ha metido en el ADN la creencia de que facilitar todo es amar, y la consecuencia es visible: el hijo que no es capaz de mover un dedo en casa, que vive como si su hogar fuera un hotel con servicio a la habitación. Si ese hijo no lava su propio plato, permítanme preguntarles con crudeza: ¿Qué les están dando realmente, si les están robando la herramienta más valiosa de la vida, que es la responsabilidad?
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