La tarde se había enfriado temprano, como suele ocurrir en los suburbios rusos de Nizhni Nóvgorod cuando termina octubre. El inspector Igor Vasiliev bajó del coche policial y avanzó por el angosto sendero de la calle Akademika Anokhina , hasta detenerse frente al edificio de tres pisos donde vivía un hombre solitario: Anatoly Moskvin . Nadie en la cuadra podía imaginar que en ese departamento pequeño y silencioso, durante más de una década, un profesor erudito considerado inofensivo ocultaba un secreto que pesaría sobre docenas de familias.

Un olor a humedad y descomposición inundó el departamento apenas los agentes forzaron la puerta. Libros apilados desde el suelo hasta el techo y muñecas vestidas al viejo estilo soviético sentadas por doquier. Pero ninguna de esas figuras e

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