En las entrañas de Colina de Chirica y Corocito en San Félix, la vida transcurre entre el humo y el polvo. Aquí, un bote de desechos de madera se convierte en una carbonera, y hombres, mujeres y jóvenes se reúnen para carbonizar material vegetal, transformando la madera en carbón que luego venden por sacos a sus proveedores.
Residentes de estas comunidades, equidistantes de la ciudad, se adaptan día a día a sobrevivir, sin importarles las consecuencias que pueda traer la quema de vegetales. El proceso es artesanal, sin protección alguna, y se desarrolla tras un aserradero cuyo polvillo de aserrín se esparce en el ambiente, impregnando el aire y la piel de quienes allí trabajan.
En la carbonera conviven personas de todas las edades: algunos llevan más de 20 años en este oficio, otros 15,

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