Que Ecuador vive una profunda crisis socioeconómica, de seguridad y política es algo tan indudable como sorprendente. Especialmente si recordamos que, hace poco más de un lustro, era uno de los países más tranquilos y seguros de la región.
Nunca exento de conflictividad social y siempre con diatribas importantes que han marcado su faz política, Ecuador vivió muchos años de estabilidad, pero esa no es la situación de hoy.
Hasta el 22 de octubre pasado, un paro indefinido de movimientos sociales, indígenas y campesinos causó fuertes estragos durante un mes . La crisis de seguridad, visible en constantes motines carcelarios y en el incremento considerable de los homicidios —que está marcando este año como el más violento de su historia—, así como en la eclosión del narcotráfico que ha penetrado la vida institucional, está ahora acompañada de un paquete de medidas de ajuste que incluye la eliminación del subsidio al diésel, anunciada en septiembre, y el incremento del Impuesto al Valor Agregado (IVA).
Noboa no solo ganó dos elecciones presidenciales en cuestión de dos años —lo que de por sí es asombroso—, sino que, al obtener la segunda victoria, convocó rápidamente una consulta popular y un referéndum con los que busca un vuelco institucional y cerrar definitivamente el ciclo de hegemonía de izquierda.
En conjunto, las medidas han disparado los precios de los alimentos y el transporte, un cóctel muy peligroso si se toma en cuenta que Ecuador tiene una fuerte organización social y movimientos de probada fortaleza, que históricamente se han opuesto a este tipo de políticas..
Sin embargo, también hay que considerar que el actual presidente, Daniel Noboa, a diferencia de sus últimos predecesores, ha tomado la iniciativa política. No solo ganó dos elecciones presidenciales en cuestión de dos años —lo que de por sí es asombroso—, sino que, al obtener la segunda victoria, convocó rápidamente una consulta popular y un referéndum con los que busca un vuelco institucional y cerrar definitivamente el ciclo de hegemonía de izquierda.
Si los resultados le son favorables, podría abolir de manera definitiva la impronta más firme del correísmo y de la Revolución Ciudadana: la Constitución de Montecristi, aprobada en 2008 durante la gestión del expresidente Rafael Correa y que contiene prerrogativas que, según él, están atando de manos su administración.
Así como días antes de las presidenciales de abril fue recibido en Mar-a-Lago por el presidente de EE.UU., Donald Trump, en esta ocasión ha sido la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, quien le ha dado el espaldarazo , con dos viajes recientes a Ecuador.
Noem, a modo de "pregira", visitó los lugares donde se prevé el establecimiento de contingentes militares estadounidenses, en Manta y Salinas, involucrando nuevamente a Trump en la campaña y en la oferta electoral de Noboa, que promete "mano dura" contra la inseguridad, ahora "ayudado" por los estadounidenses.
Iniciativa en un escenario de riesgo
Noboa viene de salir victorioso del último trance del paro indefinido. En el pasado, aumentos del diésel o del IVA lograban hacer recular a los presidentes. Ocurrió con Guillermo Lasso y Lenín Moreno, quienes tuvieron que eliminar estas medidas o incluso convocar elecciones anticipadas, en el caso del primero.
Pero ahora no ha sido así. Por primera vez, los movimientos indígenas y campesinos debieron retirar el paro indefinido sin conseguir objetivos de peso. Esto evidencia que Noboa supo tomar la iniciativa, ciertamente con represión, pero moviendo fichas en el tablero a diferencia de sus predecesores.
Apenas convocadas las protestas tomó las calles con sus seguidores, trasladó la sede del Ejecutivo a provincias indígenas y conflictivas como Latacunga y Cotopaxi, y promovió políticas sociales que intentaban justificar las medidas. Es decir, no se quedó solo en un discurso neoliberal, sino que trató de incorporarle un matiz social . Esto le permitió ganar la batalla de octubre y proyectarse como un líder fuerte, tal como lo requiere Washington en este momento.
Noboa apunta, primero, a introducir cambios estructurales de peso. Y segundo, a profundizar el ingreso de Ecuador al "eje de aliados" de EE.UU., permitiendo la instalación de bases en lugares estratégicos.
En este contexto se inserta el evento electoral del domingo, en el que se decide, entre otras cosas, si Ecuador permite la instalación de bases extranjeras (prohibidas en la actual Carta Magna) y si se convoca una constituyente.
Con ello apunta, primero, a introducir cambios estructurales de peso. Y segundo, a profundizar el ingreso de Ecuador al "eje de aliados" de EE.UU., permitiendo la instalación de bases en lugares estratégicos: ya sea por ser rutas de salida de grandes cantidades de droga desde Ecuador y Colombia, o por su cercanía con la conexión marítima establecida por China a través del puerto de Chancay en Perú.
El mandatario intenta este giro sin grandes argumentaciones ideológicas , apoyándose más bien en el tema concreto de la seguridad. La estrategia es comprensible: en los últimos años, la violencia se convirtió en el mayor problema para los ecuatorianos.
El aumento de los homicidios, la crisis carcelaria, el asesinato de candidatos presidenciales y alcaldes, así como los actos terroristas en muchas ciudades y pueblos, han estado a la orden del día. Noboa se aprovecha de esto para pedir el regreso del ejército estadounidense, expulsado durante el gobierno de Correa.
Perder esta consulta, cuando su gestión apenas cumple medio año, podría significar el desdibujamiento de su administración, no solo a nivel doméstico sino también en el escenario geopolítico donde intenta posicionarse.
La población puede estar a favor o en contra, e incluso dudar de su eficacia, pero lo cierto es que Noboa está tomando decisiones radicales y, además, las está consultando. Por eso se afirma que lleva la iniciativa, mientras otros actores políticos apenas reaccionan en un país que demanda acciones urgentes.
Acompaña la terna de preguntas con ítems que difícilmente encontrarían rechazo: disminuir el financiamiento estatal a los partidos políticos y reducir el Congreso de 151 a 73 asambleístas.
Estas últimas son propuestas claramente populistas, que pueden resultar atractivas para un electorado que percibe a la élite política como principal responsable de la crisis nacional.
Así, ante un contexto adverso, Noboa aplica un "cóctel simbólico" y decide arriesgar bastante: perder esta consulta, cuando su gestión apenas cumple medio año, podría significar el desdibujamiento de su administración, no solo a nivel doméstico sino también en el escenario geopolítico donde intenta posicionarse.
Su apuesta implica, y él lo sabe, la automática adhesión en contra de sectores dispersos y antagónicos como el movimiento indígena, el correísmo, el Partido Socialista o los ambientalistas, que podrían unificarse para rechazar la propuesta.
Con esta consulta y el referéndum, Noboa obtiene aliados de peso y, al mismo tiempo, si es derrotado y unifica a sus adversarios dispersos, podría estar abriendo él mismo el camino hacia la decadencia de su gestión. Todo esto se decidirá el próximo domingo.

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