Ricardo Arjona se despidió de los escenarios como pocas estrellas lo han hecho: sin escándalos, sin megaproducciones forzadas y sin grandes discursos.
Su retiro, parcial, pausado, indefinido, o como él mismo lo llamó, “un descanso necesario del ruido” dejó a millones de fans navegando entre la nostalgia y la gratitud.
Lejos de las puestas excesivas que dominan la industria actual, Arjona eligió un formato íntimo, cálido y narrativo, cada concierto parecía más una charla frente al fuego que un espectáculo multitudinario.
Entre anécdotas, risas y silencios calculados, el guatemalteco revisó su trayectoria desde Animal Nocturno hasta Blanco y Negro , con un repertorio que mezcló clásicos inmortales con joyas que solo sus seguidores más fieles reconocieron al primer acorde.
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