Ayer se advirtió con una claridad que ya no permite rodeos que este proceso ha dejado de ser una disputa jurídica para convertirse en una radiografía del modo en que concebimos nuestras instituciones. Lo que comenzó como un litigio sobre hechos concretos ha terminado convirtiéndose en un espejo incómodo que revela las tensiones acumuladas en el interior de la Fiscalía y las dudas que proyecta su dirección sobre el conjunto del Estado. La sesión dejó ver que la cuestión ya no es si hubo una filtración o una gestión defectuosa de un documento, sino algo más hondo: qué significa que quien ocupa la cúspide de la Fiscalía se vea sometido a un proceso que cuestiona en sí la propia naturaleza del cargo.

La función del fiscal general no reclama focos ni protagonismos, sino el tipo de presencia qu

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