No debería costarnos demasiado recordar a aquel adolescente taciturno, colgado de maría y armarizado en una sexualidad confusa, que encarnó Harris Dickinson en su debut en el largo, la brillante “Beach Rats”, de Eliza Hittman. Con el Mike (notable Frank Dillane) de “Urchin” el protagonista de “El triángulo de la tristeza” parece rescatar el legado de aquel personaje, como si en realidad su ópera prima como director estuviera recuperando su propia historia como actor, retomando la imagen fundacional de su fulgurante carrera.

Es interesante que esa imagen sea la de un joven desclasado, un ‘homeless’ que, después de cometer un robo con violencia y alevosía, intenta reinsertarse en una sociedad que no le recibe precisamente con los brazos abiertos, como si el propio Dickinson quisiera reivi

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