Stephen King escribió “La larga marcha” en 1967, cuando los jóvenes norteamericanos empezaron a dejarse la piel en la Guerra del Vietnam, dispuestos a defender el honor de la patria contra el peligro del comunismo. El implacable péndulo de la historia vuelve a poner de actualidad la médula ideológica de esta fábula antitrumpista en forma de distopía peripatética. No estamos tan lejos de “El juego del calamar”, de “Los juegos del hambre” (Francis Lawrence fue director oficial de la saga) o de “Perseguido”, que llega la próxima semana a la cartelera también adaptando a King.

Se trata, pues, de utilizar una competición a vida o muerte -caminar o morir, esa es la cuestión- para forjar una alegoría sobre un país empobrecido, cultural y políticamente, por un totalitarismo de corte militarista

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