En el apacible caserío de Cabudare, que por entonces formaba parte de la recién instituida Provincia de Barquisimeto, vino al mundo, el 15 de junio de 1832, un niño que llevaría por nombre José Antonio Ponte Sancinenca. En aquella tierra todavía joven, donde la vida comunitaria apenas empezaba a tomar forma, su nacimiento se inscribió en el rumor de un país que se reinventaba tras las convulsiones de la independencia.
Fue bautizado en la iglesia parroquial por el cura José Miguel Pimentel. Su padre, Juan Antonio Ponte, figuraba entre los organizadores de aquella comarca, mientras su madre, Encarnación Sancinenca, lo educó en un hogar de profunda religiosidad. Sus primeras letras las aprendió con el maestro Rito Valero, quien lo introdujo al mundo del saber. Pero el talento del muchacho re

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