Hubo un tiempo en Ciudad Juárez en que el corazón de la ciudad latía en sobres y estampillas. Antes de los mensajes instantáneos, de los íconos azules y las pantallas luminosas, la vida se tejía con tinta, papel, pasos y rodadas en bicicleta. Eran los carteros quienes sostenían la esperanza, los mensajeros del amor y del duelo, los portadores de noticias que podían cambiar un destino. Recorrer las calles juarenses con su uniforme azul y su bolsa de cuero no era tarea sencilla. El viento del desierto, las lluvias repentinas, los perros guardianes o los barrios polvorientos y a veces peligrosos, no les impedían cumplir su ruta. Algunos iban en bicicleta, pedaleando contra la tierra y el sol, con la correspondencia amarrada al manubrio, sorteando baches y semáforos, con el deber como brújula.

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