A lo largo de la historia española, la figura del médico poeta ha ocupado un territorio discreto pero firme, donde la ciencia se enlaza con la palabra y el ejercicio clínico se convierte, de algún modo, en materia de pensamiento moral. No es un fenómeno aislado: desde los primeros facultativos que escribieron versos en la España medieval hasta los autores contemporáneos, la doble vocación ha sido constante. Quizá porque la medicina obliga a mirar de frente los límites de la vida y, desde ese umbral, la poesía encuentra un terreno natural para revelarse.
En los albores de nuestra tradición, ya aparecen nombres como Mosse ibn Zarzal, médico en la corte castellana y poeta refinado. Más tarde, en el siglo XIX, la nómina se amplía con figuras como José Velarde o Rafael Duyos, que alternaron el

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