Pasan la mayor parte del día trabajando sin identificarse con lo que hacen. No son obreros ni empleados en sentido clásico, pero tampoco son libres y dueños de su tiempo como pretenden ser. Como advierte el filósofo Byung-Chul Han, se autoexplotan bajo la fantasía de la autonomía: creen que manejar su tiempo los emancipa, cuando en realidad se esclavizan. “Soy mi propio jefe” repiten, mientras el algoritmo les marca el ritmo y se desvanece la tradicional jornada laboral.

Trabajan largas horas en pijama frente a una pantalla los afortunados, en tanto otros pasan sus días sobre un auto alquilado o pedaleando con una mochila a la espalda. No tienen jefe, pero tampoco derechos. No hay estabilidad, ni futuro, ni pausa. La libertad se convirtió en rendimiento: siempre hay que estar disponibles,

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