En los últimos quince años, la neurociencia ha consolidado una presencia abrumadora en el discurso cultural contemporáneo. Desde neuromitos que prometen potenciar el cerebro hasta aplicaciones móviles basadas en «neuroplasticidad», existe una tendencia generalizada a considerar los hallazgos neurocientíficos como el estándar de oro para comprender el comportamiento humano.
Paralelamente, la psicología popular —esa amalgama de intuiciones, saberes cotidianos y creencias compartidas sobre cómo pensamos y actuamos—parece estar siendo desplazada hacia un segundo plano académico. Sin embargo, la pregunta central que emerge es si esta sustitución representa un progreso epistemológico genuino o, más bien, una simplificación peligrosa de la complejidad psicológica humana. La evidencia disponi

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