A principios del siglo XIX, el kétchup (o más bien sus antepasados) no tenía nada que ver con la salsa roja y dulzona que hoy cubre patatas y hamburguesas. Su origen está en una salsa fermentada del sudeste asiático llamada kê-tsiap , elaborada con pescado, sal y especias. Los comerciantes británicos la llevaron a Europa y la transformaron, sustituyendo el pescado por ingredientes locales. Lo que empezó como un condimento exótico acabó siendo un experimento global en busca del sabor perfecto.
Fue en Estados Unidos donde el tomate cambió el rumbo de la historia. En 1812, el médico y científico James Mease publicó la primera receta conocida de tomato ketchup , convencido de las virtudes del fruto rojo. Pero la verdadera sorpresa es que, mucho antes de conquistar las hamburguesas, el kétchup fue recetado como remedio para los malestares estomacales y otros problemas digestivos .
El remedio que no curaba el estómago
A mediados del siglo XIX, el doctor John Cook Bennett promocionaba pastillas de kétchup como remedio milagroso. Sí, pastillas. Según su tesis, el tomate contenía propiedades casi farmacéuticas, y sus píldoras de “tomato catsup” se vendían en farmacias estadounidenses. En plena era de la pseudociencia y los elixires para todo, la gente se lo creyó. Hasta que la fiebre de l kétchup medicinal se desinfló cuando se descubrió que, básicamente, no curaba nada .
Fue entonces cuando la historia giró hacia algo más apetitoso. Henry J. Heinz, un empresario con olfato para el negocio y el marketing , vio el potencial del tomate no como medicina, sino como condimento. En la segunda mitad del siglo XIX fundó su compañía y apostó por un kétchup más espeso, estable y seguro, sin conservantes tóxicos. Su receta triunfó y cambió para siempre la relación del consumidor con las salsas industriales.
Con la llegada del siglo XX y el auge de la comida rápida, el kétchup se convirtió en la salsa nacional de Estados Unidos . El 97 % de los hogares la tenía en su cocina, según estimaciones de la época .Su textura, color y sabor dulce-salado encajaban a la perfección con la nueva cultura del “todo en un bocado”: hamburguesas, hot dogs y patatas fritas.
Hoy, es impensable una hamburguesa sin su toque de kétchup. Pero cuesta creer que su viaje haya pasado por la medicina alternativa, la química alimentaria y el marketing industrial. Un siglo después, ese remedio casero convertido en icono pop c uenta una historia sobre cómo la comida también puede ser parte de la historia.
Lo irónico es que, lo que antes se vendía como saludable, hoy no pasaría un examen nutricional : el kétchup moderno está cargado de azúcar, sal y jarabe de maíz. Del boticario al fast food , su evolución resume dos siglos de consumo acelerado y confianza ciega en la industria.
En definitiva, el kétchup es mucho más que una salsa. Es la prueba de cómo una buena historia (y mucho marketing) pueden transformar un remedio inútil en un éxito global. Así, cada vez que aprietas la botella, estás exprimiendo un poco de historia… y bastante azúcar.

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