Ya desde el título, la puesta en escena “El mar es un píxel”, nos seduce con su metáfora para nadar con ella lejos de la literalidad. Quedarnos sólo con el mensaje de un artefacto tecnológico mediante el cual las sociedades hacen señalamientos que ponen en riesgo la honra de las personas, sería demasiado simplista para una obra que ha sofisticado tanto sus recursos teatrales.

Como espectadora, entre las “lecturas polisémicas” a las que invita esta pieza teatral, me cuestiono a quiénes aluden sus personajes, quiénes hacen y cuáles son esas listas en las que tanto insiste la obra, de cuál honra nos habla, por qué se aborda la tecnología como si los “mensajes señaladores” fueran creados por ella y no por seres vivientes, pensantes y sintientes. Para responderme, me involucro con el contexto

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