En la vereda Buenavista, en el Socorro, en Santander, Lucerminda Gutiérrez camina entre sus doce mil matas de café con una serenidad que parece contagiar a la tierra. Su finca, de dos hectáreas, fue heredada de sus padres y sembrada a pulso por su familia. Durante años vivió sin saber si la finca y ella resistirían: las plantas envejecían, los hongos arrasaban con los brotes, las deudas la asfixiaban y para rematar su matrimonio se agrietaba. Su vida se parecía demasiado a sus cafetos: por momentos verdes y llenos de vida, por momentos resecos y sombríos.

Ya en la cocina, mientras Lucerminda inclina la olleta inclinada para servir un par de tintos el olor a café fresco invade el sencillo pero acogedor lugar. Ese tinto fuerte, espeso y con sabor a montaña santandereana lo sembró y lo recog

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