Supongamos que un país entero, instituciones, burocracia, justicia, fuerzas armadas y de policía, se ponen al servicio del narcotráfico, o deciden, “hacerle pasito”. Un escenario dantesco donde el crimen deja de ser un problema para convertirse en el orden establecido. Bajo esa hipótesis, ¿se acabarían la guerra, las muertes y la destrucción social asociadas al negocio de la droga? Esa parece haber sido la tesis implícita de algunos líderes políticos en México y, como nos consta y duele, también de varios de los nuestros, principalmente de Gustavo Petro: si no se pelea contra el narco, quizá el narco deje de pelear contra el Estado.

Pero la historia demuestra lo contrario.

Lo supe de primera mano hace treinta años. En 1994 presté servicio como auxiliar bachiller en la Policía. Una de las

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