Los Juegos Bolivarianos, fundados en 1938, constituyen uno de los escenarios deportivos más antiguos y simbólicos de América Latina. A solo cinco días de la inauguración de la edición Ayacucho–Lima 2025, esa tradición se ve empañada por una realidad preocupante.

No son pocas las denuncias que alertan sobre infraestructuras inconclusas, recintos imposibles de utilizar, compromisos contractuales incumplidos y una comunicación pública desarticulada. El hecho de que gran parte de la población ayacuchana ignore que será sede de este magno evento no es un detalle menor. Se trata del síntoma principal de la improvisación.

En ese sentido, la gestión detrás de estos juegos constituye, sin matices, una vergüenza pública. Y lo es porque responde a una concatenación de decisiones deficientes, arrast

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