En una casa discreta de la colonia Tabacalera, donde la élite buscaba escapar de su propia rigidez, 42 hombres se reunieron en una fiesta para celebrar sin máscaras sociales: unos llevaban puestos trajes impecables; otros, vestidos de encaje, pelucas y joyas. Era una fiesta privada, clandestina, íntima, ajena a la mirada pública. Parecía para ellos, un refugio seguro.
Pero la madrugada del 18 de noviembre de 1901 , la policía irrumpió sin previo aviso. Los agentes, más preocupados por custodiar la moral y las buenas costumbres que la ley, descubrieron que no había mujeres en el salón. No había delito, solo un grupo de hombres bailando y viviendo una libertad que la sociedad les negaba. Lo que siguió fue humillación inmediata: detenciones arbitrarias, exhibición pública y castigos si

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