¿Querer tener la razón generará cansancio? Intervenir cuando nadie lo ha pedido, mantener el empeño de ganar una maratón cuando ni siquiera hay competidores, insistir en dar cátedras cuando los estudiantes no están en el aula, interrumpir porque las luciérnagas no son suficientes en una noche de lluvia y creer que el brillo real está en sus posturas.
¿Qué se sentirá vivir con ese afán de querer tener la razón, camuflar imposiciones en consejos, disfrazar de sugerencias los hilos de la manipulación o, simplemente, ignorar —por gusto, por costumbre o hasta sin mala intención— lo que otro piensa?
Me pregunto también a qué plato del Caribe o del Pacífico podría compararse la delicia de mantenerse en calma cuando nuestro interlocutor cree estar ganando una discusión, insistiendo en que tiene

El País Vallenato

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