Cada ciclo mundialista para México rompe algo ante la vista de todos. De sufrir para clasificar, como en las ediciones de 2010 y 2014, a juzgar con dureza cuando se gana, pero no como sus aficionados querrían. Desde septiembre a la fecha, la selección que dirige Javier Aguirre no goza de confianza ni credibilidad, es tan grande el peso de sus fracasos que cualquier resultado le sienta mal, incluso en Estados Unidos, donde sus jugadores se sienten más respetados. En el cierre de la última fecha FIFA del año, el Tricolor cayó en San Antonio 2-1 con Paraguay, no por casualidad ni producto de algún error malintencionado del árbitro, sino por esa tendencia de convertir la ilusión de asistir a la Copa en un declive sin frenos.
Por ahora y hasta el próximo verano, lo único que sostiene la partic

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