«Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia». El micropoema de Mario Benedetti se levanta ante mí con la fuerza de un aforismo para estos tiempos ásperos. Es un eco que resuena, ofreciendo una hoja de ruta en un mapa político donde la brújula moral ha enloquecido.
Parece que los políticos de todo el mundo y a un mismo tiempo han encontrado el secreto de la rentabilidad en la polarización. El camino más corto para consolidar el poder pasa por la incitación del odio. El odio es barato, inflamable y, sobre todo, un eficiente simplificador de la realidad. Para el poder es innecesario convencer. Le basta señalar a un enemigo y asegurarse de que la rabia colectiva se mantenga encendida, apuntando siempre hacia afuera.
El arte del político contemporáneo consiste en encender los o

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