La historia reciente confirma una verdad que venimos sosteniendo desde hace tiempo: ningún proyecto nacional puede pensarse al margen del mundo. La geopolítica dejó de ser un tema lejano reservado a cancillerías; hoy determina la prosperidad, la seguridad y el desarrollo interno de los países. Ignorarla es condenarnos a la irrelevancia.
Vivimos una transición global marcada por lo que Henry Kissinger llamó “la disolución del orden internacional clásico”. Las tensiones entre Estados Unidos y China, el ascenso tecnológico asiático, la reorganización de cadenas de suministro y la presión de las grandes potencias sobre los recursos estratégicos redefinen la economía mundial. La competencia en estos tiempos ya no es entre países aislados, sino entre grandes regiones articuladas por tecnología,

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