En 1924, en pleno auge del cine mudo, el joven compositor George Antheil intentó un experimento sin precedentes: lograr que su música se sincronizara con las imágenes de un filme creado por el pintor cubista Fernand Léger y el director de fotografía Dudley Murphy. Aquella primera versión de Ballet Mécanique—exuberante, ruidosa, audaz— buscaba dialogar con la estética futurista y con la fascinación de la época por la velocidad, las máquinas y la modernidad industrial.

Aunque el intento inicial fracasó técnicamente, Antheil no abandonó la idea. Durante décadas revisó y reestructuró la partitura, caracterizada por su ritmo frenético, su mezcla de sonidos industriales, música atonal y ecos de jazz. Finalmente, en 1953, logró lo que había imaginado treinta años antes: la versión definitiva

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