Los dictadores más exitosos, de Stalin a Franco, de Mao Zedong a Teodoro Obiang, suelen levantar un muro sobre su vida privada. Cuanto menos sepa la gente, mejor, como si eso reforzase su poder, ocultara debilidades y evitara las confianzas. Entre el temor y el cariño, los dictadores prefieren lo primero. De ahí, la paradoja a cuenta del dichoso Caudillo: el fútbol fue compañero de viaje del franquismo y sin embargo Franco debió ser el único español de su tiempo sin afición al fútbol o los toros, cosa que le hubiera humanizado. El dictador nunca tuvo un equipo, otra rareza...
Salvo para asistir a las finales de su Copa o presidir una folclórica y fascistoide celebración del Primero de Mayo en el Bernabéu, el Generalísimo se dejó ver poco en los estadios. El distanciamiento encaja con su

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