El beso, más que un simple símbolo romántico, emerge como un fenómeno biológico complejo, de esta manera lo expone la investigación liderada por Matilda Brindle, bióloga evolutiva de la Universidad de Oxford.

El trabajo de la investigadora, desarrollado junto a un equipo británico multidisciplinario, analizó el comportamiento desde una perspectiva amplia que incluye estudios en primates, registros de fósiles microbianos y observaciones de campo.

Esta visión transversal se enfoca en entender cómo prácticas que hoy asociamos al afecto podrían tener raíces profundas en la historia evolutiva.

El estudio, divulgado en el ‘Journal of the Human Behavior and Evolution Society’, plantea por primera vez una definición evolutiva formal del beso, denominado como una interacción oral-oral carente

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