Por Nomi Pendzik
La infancia ha sido siempre territorio fértil para desenterrar de ella tesoros sentimentales dignos de ser convertidos en arte. A veces los tesoros desenterrados duelen como si las heridas siguieran sangrando; otras, en cambio, paladeamos en ellos la agridulce nostalgia del paraíso perdido.
Una de las dificultades que plantea para los escritores este abrevar en la infancia es cómo convertir un recuerdo –bueno o malo, para el caso da lo mismo– en un cuento o en una novela; es decir, en un texto que no se quede en la mera anécdota. En algunos casos es preciso despegarse de la realidad y agregarle escenas a esa historia verídica, o exprimirla para desarrollar algún aspecto que intervenga mejor en el diseño de la trama. En otros, la narración está servida casi de principio

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