Imagina que eres un ciudadano del imperio más poderoso de la historia. Eres un romano. Tienes las legiones, el acero y el mundo a tus pies. Pero cometes un error: cruzas una calle en Egipto y, sin accidentalmente, tu carro atropella a un gato.Acabas de firmar tu sentencia de muerte.En el año 59 a.C., el historiador Diodoro Sículo fue testigo de una escena que le heló la sangre. Roma ya era la dueña «de facto» del Mediterráneo y el faraón Ptolomeo XII estaba desesperado por complacer al César para mantener su trono. La orden era clara: «Nadie toca a un romano».Pero la orden divina era más fuerte: «Nadie toca a un gato».Cuando se corrió la voz de que un soldado romano había matado a un felino, una turba enfurecida rodeó su cuartel. No importó que el soldado pidiera perdón. No importó que el

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