El contexto espacio-temporal es el siguiente: la ya mítica y legendaria Santa Catalina, una comunidad ribereña del Delta del Orinoco, situada geográficamente a escasos pocos minutos del muy conocido caserío denominado Piacoa, y el hilo del tiempo me lleva a finales de la década de los años sesenta, tal vez hacia 1968 o 1969. Para esa fecha tendría yo unos 8 o 9 años. Ya estábamos mi madre y mi hermana menor instalados en una antigua edificación abandonada que alguna vez sirvió de escuela federal de Santa Catalina. Mi madre recién había sido trasladada como enfermera auxiliar de un caserío de nombre Araguao, específicamente conocido como «el caño de Araguao» hasta Santa Catalina donde funcionaba una escuela nacional agropecuaria gerenciada por sacerdotes católicos de la orden Marincnoll. ¿C

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