Aquella tarde, tras días de temores, dudas y esperanzas, envuelta en las canciones románticas que no paraba de escuchar, Rosario tomó una decisión definitiva .
“De amor no he de morirme, tan solo me queda llorar tu ausencia” [1] , decía la intérprete y, en los acordes de tristeza ininterrumpida, en las notas breves y alegres, Rosario escuchaba el torrente de sentimientos confusos con los que se debatía y que la paralizaban. Tenía que seguir adelante. Afuera, el ruido del motocultor del vecino y de los pocos carros que, después de la inauguración de la nueva carretera, todavía pasaban por aquel camino, le recordaba el gran obstáculo que los demás representaban. “Lo intentaré más tarde, por mi felicidad tendré paciencia”. Sin embargo, allí dentro solamente estaba ella. No había nadie pa

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