La idea de que el éxito depende solo del coeficiente intelectual quedó vieja hace décadas. Desde que Daniel Goleman popularizó en los 90, empresas, escuelas y equipos de alto rendimiento han replanteado , se aprende y se convive. Su tesis central sigue vigente: entender y gestionar lo que sentimos -y lo que sienten los demás- es una ventaja competitiva y, sobre todo, una forma más humana de estar en el mundo.
En un momento de distracciones constantes y conversaciones crispadas, su mensaje recupera relevancia. Hablar de inteligencia emocional no es hablar de "buenismo" , sino de habilidades que se pueden entrenar que mejoran resultados concretos : menor rotación en equipos, menos conflictos improductivos, decisiones más claras bajo presión y relaciones personales más estables.
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