El último concierto de en Madrid prometía ser una noche de euforia y perreo sin frenos. Sin embargo, terminó convertido en una historia repetida que sus seguidores empiezan a conocer demasiado bien: retrasos interminables, frustración colectiva y un espectáculo cortado antes de tiempo. El artista llegó al Movistar Arena con más de una hora de demora y, para cuando pisó el escenario, el ambiente ya estaba cargado de descontento.

La escena no resulta nueva. En los últimos meses, asistir a un concierto de se ha convertido casi en un ejercicio de compromiso ciego. A Coruña, Sevilla y Valencia conocen ya esta dinámica, con aplazamientos, cancelaciones y esperas que han puesto a prueba la fidelidad de su público. En Pamplona, varias horas de espera retrasaron su aparición; en Barcelona, hac

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