En Misiones, la recaudación dejó de ser un instrumento para financiar al Estado y pasó a convertirse en un sistema de confiscación lisa y llana. Las empresas que operan en la provincia pagan, en los hechos, impuestos miles de veces superiores a los que realmente deberían.
La maquinaria misionera de retenciones, percepciones y pagos a cuenta engorda saldos a favor imposibles de recuperar. El resultado: capital de trabajo evaporado y un régimen tributario que se sostiene, paradójicamente, por la imposibilidad de salir de él.
El engranaje fiscal de Misiones funciona como una aduana interior, una figura prohibida por la Constitución desde el siglo XIX, pero que en esa provincia se practica con naturalidad quirúrgica. Peor aún: el Superior Tribunal de Justicia local funciona como custodio

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