Por Wilson Acosta
Cada cuatro años Casanare se convierte, otra vez, en escenario de una vieja obra que sus protagonistas interpretan con disciplina y descaro: la temporada de politiquería itinerante. Un ciclo repetitivo donde los mismos líderes nacionales, muchos con prontuarios más gruesos que sus discursos, deciden hacer una gira folclórica por la región para enamorar al electorado que, todavía, y dolorosamente, sigue cayendo en las trampas de siempre.
Es un espectáculo predecible. Llegan con cámaras, asesores y guionistas a cuestas. Alzan niños para la foto, comen fritanga para parecer del pueblo y disimular su clasismo, pero además caminan por el comercio y sectores populares buscando conversar con la gente de a pie como si algo genuino se moviera en ellos. Usan las mismas frases des

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