En el amanecer del 30 de julio de 2014, Carmen Sánchez desayunaba con su familia en su casa del Estado de México cuando su expareja irrumpió y le vació ácido sulfúrico en la cara. El líquido devoró su barbilla, que se fundió al pecho, y disolvió su teléfono en la mano mientras ella gritaba.

«Sentí que mi piel se comía viva», recuerda hoy, a más de una década de distancia, con 61 cirugías a cuestas y un ojo derecho que debe resguardar del sol como a un secreto frágil.

Aquel ataque, ordenado por un hombre que no toleró el fin de la relación, la catapultó de la agonía al activismo: fundó la Fundación Carmen Sánchez en 2021, un refugio para 41 mujeres documentadas en México desde los 90, aunque saben que son miles las silenciadas.

«No era solo matarme; era borrarme para que nadie me quisier

See Full Page