Diez minutos después de las siete de la tarde, la hora convenida para abrir la capilla ardiente en que se convirtió la iglesia del Hospital de Dolores, se abrieron las puertas del templo para que la feligresía y la población que lo deseara acudieran a dar el último adiós a Bernardo Álvarez, obispo , como recordó en cada plegaria su sucesor.
Con una Laguna oscura , y con las campanas tañendo por el fallecimiento del prelado el martes 25 de noviembre, medio centenar de personas esperaba la apertura de las puertas, mientras dos coches de la funeraria colocaban las primeras coronas.
Con una amplia representación de consagrados de diferentes congregaciones ya en los bancos, un presbítero se encargó de recibir, así como del pésame, de cuantos se fueron congregando.
La primera autoridad

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