El episodio reciente en un recital de Maluma —un bebé expuesto a un mar de decibeles, calor y caos mientras su madre lo sostenía entre la multitud— no es una rareza, sino un síntoma de época.

No porque esa madre sea “mala madre”, sino porque crecemos en una cultura que promete que nada debe interrumpir la vida adulta : ni los hijos, ni el cansancio, ni la fragilidad.

En ese clima, la crianza sin redes, el mandato de bienestar permanente y la ausencia de políticas de cuidado producen prácticas cotidianas que exponen a niñas y niños a entornos que su cuerpo y su sensibilidad no pueden tolerar: sobrecargas sensoriales, ritmos acelerados, exigencias emocionales que no les corresponden y escenarios diseñados para el deseo adulto .

Es ahí donde comienza la adversidad tem

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