Neira aparece después de una curva suave, como si el camino se tomara unos segundos para respirar antes de llegar. A veinte minutos de Manizales, el pueblo se levanta con una calma que no parece de este tiempo; una calma que casi siempre tiene que ver con la edad. En Neira, la mayoría supera los sesenta años. No es una cifra que se diga con orgullo ni con alarma, es simplemente un modo de estar en el mundo. Ellos lo llaman vivir sabroso, aunque no lo digan así. Lo practican.

El visitante que llega sin saberlo nota rápido que algo funciona distinto. La caminata por las calles empedradas se convierte en una especie de desfile lento de hombres y mujeres que avanzan sin prisa, algunos apoyados en bastones, otros con pasos firmes que no parecen pertenecer a alguien que carga más de seis década

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