En Málaga, como en media España, seguimos atrapados en un debate que ya cansa: la pelea estéril entre quienes se empeñan en dividirlo todo entre feminismo y machismo, como si la realidad humana cupiera en dos etiquetas con las que unos y otros se lanzan consignas. Esta confrontación permanente no solo es absurda, sino profundamente improductiva. Y mientras los bandos se gritan, los problemas de fondo —los reales, los que afectan a la vida cotidiana en los barrios, en las familias y en nuestras calles— siguen sin resolverse.
La clave está en recuperar algo que parece haberse perdido: una mirada humanista. Una visión que sitúe en el centro a la persona, con independencia de su género, orientación, procedencia, edad o nivel socioeconómico. Porque la discriminación no se agota en la cuestión

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