María, de 35 años, encontró en el arte de tatuar un refugio donde silenciar su mente , esa que por su Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) la lleva sin descanso de un pensamiento a otro, de una actividad a otra.
En el estudio de tattoo, las distracciones del mundo desaparecían , el universo se reducía a ese espacio entre ella, su cliente y la historia que le estaba grabando en la piel.
Pero se vio obligada a abandonar su lugar seguro para convertirse en el soporte, primero, de su hijo con autismo y después, de su abuela con demencia .
María, quien también estudió Pedagogía, ha tenido que cambiar la máquina de tatuar y las charlas con los clientes por correr entre la terapia con su hijo , a las citas médicas con su abuela , tener la comida lista para la fa

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