Durante décadas, Leslie Nielsen caminó por los pasillos de Hollywood como un hombre hecho de solemnidad: mandíbula perfecta, porte de héroe, voz profunda y una presencia dramática que parecía destinada a interpretar comandantes, capitanes, doctores o caballeros rectos como un mástil. Nadie –ni siquiera él mismo– sospechaba que aquel actor imperturbable terminaría convertido en uno de los mayores iconos del humor absurdo del siglo XX.
El giro llegó tarde, casi como una broma del destino: después de toda una vida intentando que lo tomaran en serio, Nielsen descubrió que su verdadero talento residía en exactamente lo contrario. Le bastó entrar en ¿Y dónde está el piloto? ( Airplane!) con un estetoscopio en el cuello y luego decir, sin un músculo moviéndose en su rostro: “No me l

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