No es solo morbo: cuando alguien nos cuenta que fulanito ha traicionado a su pareja o que en la oficina hay quien no da un palo al agua, nuestro cerebro presta muchísima atención. Detrás de esa atracción por el cotilleo negativo hay supervivencia social, necesidad de pertenencia… y un buen chute de emoción.
La psicóloga social Elena Martinescu, de la Universidad de Groningen, recuerda que el chisme tiene "un papel muy importante a la hora de transmitir normas y castigar a quienes no las respetan". Es decir: cuando escuchamos que alguien ha hecho algo mal, recibimos dos mensajes a la vez. Uno directo -esto no se hace en este grupo- y otro más sutil: mejor que no seas tú el próximo del que se habla. Por eso, según Martinescu, el cotilleo "ayuda a los grupos y a los individuos a funcionar

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