Recuerdo al ser humano que en su misión por el pueblo del Dios en que creció, sirvió y practicó desde su sacerdocio y al final de su ministerio como el Obispo de los Pobres, Don Arturo Lona Reyes, quien desde nuestro primer encuentro me ganó con su imagen tan lejana de la mayoría de los obispos católicos entonces conocidos poco accesibles para la mayoría de sus feligreses, rubicundos, atendidos por familias de clase media y alta que eran casi inalcanzables y mucho menos de posibles tratos cotidianos. En su celebración eucarística para celebrar su recepción como séptimo Obispo de la diócesis de Tehuantepec, mi rebeldía adolescente me orilló a permanecer fuera del recinto para al final obligado por mi vieja, practicante de reconocida labor catequista, formarme en la larga fila para el autént

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