El Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) es hoy una estructura a medio construir que muchos ya dieron por perdida. Para algunos es la evidencia de un intento fallido y para otros la confirmación de que el país no puede diseñar instituciones duraderas. Esa lectura luce cómoda, aunque evita mirar lo esencial: la corrupción no se quedó quieta. Se volvió más sofisticada, más rentable y resistente, mientras el SNA quedó detenido en una fase preliminar. Por eso, dejarlo morir sería un error que México no puede permitirse. Comprender lo que está en juego exige volver al origen. El SNA nació para coordinar esfuerzos que durante décadas caminaron sin puente alguno. El diagnóstico era evidente. Allí donde no conversan quienes previenen, quienes auditan, quienes investigan y quienes sancionan, la

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