Por: Jaime Fauré, investigador carrera de Psicopedagogía de la Universidad Andrés Bello
Es sábado en la mañana. Un niño de dos años está sentado en el sillón con una tablet en las piernas. Mira dibujos mientras su papá ordena la cocina y su mamá revisa el celular. Afuera hay sol, pero la casa está en silencio. Nadie interrumpe al niño, que pasa de un video a otro con el dedo. La escena parece tranquila. Pero si la miramos con atención, algo falta.
Hoy es común ver a niños pequeños pegados a una pantalla. Incluso antes de hablar bien, ya manejan el celular o la tablet como si fueran una extensión del cuerpo. Muchas veces eso tranquiliza a los adultos: “así se queda quieto”, “así come”, “así se duerme más rápido”. Y aunque entendemos el cansancio y las rutinas difíciles, también sabemos q

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