El primer cuarto de siglo está terminando con menos luces que sombras. Pero sus luces, o más bien sus certezas, están lejos de acarrear el optimismo que siempre conlleva el progreso; más bien despiertan cautela, cuando no alarmas, ante el giro tecnológico profundo que se abrió y aceleró vertiginosamente en los últimos dos años. Aún no es posible evaluar si la irrupción de la inteligencia artificial en la vida cotidiana producirá, en la humanidad, una contribución invaluable o un apocalipsis intelectual y laboral. Lo esencial ya está planteado: la civilización atraviesa un punto de inflexión ineludible .

Pero ese giro, además, no ocurre en un mundo feliz sino en otro por completo distinto del que se soñó, ingenuamente, con la caída del Muro de Berlín, cuando hasta se llegó a desvariar

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