Madrid tenía ese aire de domingo lento, casi desganado. La ciudad seguía con su vida, pero dentro del Movistar Arena se reunía gente que sabía que algo especial estaba a punto de terminar. Joaquín Sabina apareció sin estridencias, casi en silencio, con el sombrero de siempre y la calma de quien ya no tiene nada que demostrar. Tomó el micrófono, lo sostuvo como se sostiene un adiós que se ha estado aplazando durante años, y sin ceremonias innecesarias abrió la boca para lo inevitable: el último concierto de su vida.

No había nostalgia impostada ni dramatismo calculado. Había verdad. La de un músico que ha sobrevivido a sí mismo, a los excesos, a los escenarios, al tiempo. Y allí, ante miles de ojos que conocían cada verso mejor que muchas fotografías familiares, Sabina cantó por última vez

See Full Page