Durante gran parte del siglo XX, el Hogar Pignatelli fue uno de los espacios más singulares y desconocidos de Zaragoza . Entre sus muros altos, sus patios enormes y sus salas organizadas como pequeños mundos independientes, se criaron miles de niños y niñas huérfanos o sin recursos. Era, en palabras de los propios antiguos alumnos, una familia grande , donde “no había de nada, pero tampoco faltaba de nada”. Allí se estudiaba, se comía, se trabajaba en talleres y se compartía la infancia con una intensidad que marcaba para siempre.

En ese universo cerrado nació algo fascinante: un lenguaje propio , lleno de expresiones inventadas, palabras transformadas y motes que se transmitían casi como un legado. Un argot que no solo servía para comunicarse; también reforzaba la identidad de q

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